Manga corta

Unos científicos de la universidad de Gendt, epicentro de la pasión ciclista, estudiaron la floración de plantas y árboles visualizando imágenes de televisión del Tour de Flandes, desde finales de los setenta hasta 2016. La Ronde es una prueba que, día arriba día abajo, siempre es el mismo domingo de abril. Observando el paisaje, estos científicos belgas venían a confirmar que sí, que los últimos años la primavera se adelanta también en Flandes. El estudio de las flores en los jardines de las casitas flamencas confirmaba lo que los vinicultores mediterráneos vienen observando, que la vendimia cada vez es más temprana, que cada vez la París Niza se atreve a subir un poquito más alto en los Alpes Marítimos sin miedo a la nieve o al hielo, que los naranjos florecen en febrero y que el disfraz de carnavales también puede valernos para fiestas de agosto. Sin mezclar metereología y climatología, pero algo está pasando. 
En cosas de este tipo se fija uno en la televisión durante la retransmisión en directo de las carreras ciclistas, en el mejor de los casos, o en el YouTube de noche, cuando muchos nos entregamos a este vicio del ciclismo en solitario y en silencio, el móvil o la tablet en las manos haciéndonos viajar como nadie antes de Google Maps lo había hecho. En la Volta Catalunya de esta edición ha habido gente en manga corta en las cunetas. En el final de la París – Niza vi pantalones cortos animando, aunque el día que los vi llegar en directo, en la increíble etapa de Bellegarde, hacía el típico tiempo de perros de una París Niza y tuvimos que entrar en la panadería del pueblo para entrar en calor. El calorcito anormal de este final de invierno no incomoda, es como hablarle de cáncer de pulmón a un tipo degustando un habano. Cambio climático pero que nos quiten lo bailao, no hay mal que por bien no venga y toda esa retahíla de frases predeterminadas para cuando hablamos del tiempo clemente. 
Todo esto del tiempo y la meteorología viene a cuento porqué ya aparecen esos comentarios en plan: oh sí, lloverá en Roubaix. Son los que mirarán las predicciones metereológicas de Meteo France buscando la lluvia, el barro, el frío y la épica asociada. La foto de Museew con el maillot del Mapei sucio. La épica del barro en televisión, y nosotros en el sofá escuchando al ex ciclista de turno, el confort del domingo en chándal en casa, la paella, el café y el copazo, el solecito mediterráneo, el móvil cargado y a disparar en Twitter. Cómo mola la Roubaix cuando llueve. Cómo molaría la Strade bianche con barro. Nadie habla de la Tro Bo Léon y cómo mola. 
Pues molar, molan. También mola cuando se pasa por el pavé en verano entre polvo y campos de cereal segados. Y también molaba el ciclismo de los noventa sin gincamas de pasos estrechos, caminos de tierra y subidas de garaje. Cuando esto iba de ir de un punto A a un punto B lo más rápido posible. El aficionado a los toros no paga el abono de feria buscando cornadas. El futbolero no busca lesiones, el fútbol de barro de los setenta era lento, físico y nos aburriríamos ahora. El buen aficionado al ciclismo no busca vídeos de caídas en YouTube. El cuñado – las etapas llanas son aburridas – igual sí.
Me da igual la plasticidad del barro, si llueve bien, se cargan los acuíferos y se limpian las calles. Si hace sol, a disfrutarlo. Pero no olvidemos que la tendencia es que cada vez en el velódromo de Roubaix hay más gente en manga corta. 

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