Hoy a media mañana recibo un WhatsApp, Poulidor ha muerto. No por estar dentro de lo posible, de lo probable – sabíamos que gastaba poca salud desde este verano – no deja de ser un día triste. Triste incluso para alguien como yo que nació cuando él ya se había retirado y que no conoció hasta llegar a Francia su influencia, su figura súper popular. Hasta irme de erasmus Poulidor era una anécdota del palmarés del Tour, un tipo que chocó contra Anquetil primero y Merckx después. Eso más algún relato medio novelado de un libro de Carlos Arribas que devoré en su momento.
No viví el momento Poulidor, así que no tiene sentido hablar en este post del descenso de Envalira y dela pájara de Anquetil en el Tour del 64. Quería solo enumerar un poco en desorden cuatro anécdotas para percibir la presencia absoluta del personaje en el ciclismo galo.
Hace unos años trabajé estrechamente con un compañero, de la generación de mis padres, gran aficionado al ciclismo. En su casa eran de Poulidor, como en muchas casas de Francia. Imagino que a cada nueva edición del Tour el público se calentaba con un “este año sí!” y así Poulidor ganaba cada año más popularidad. Además Anquetil era una máquina apisonadora de pedalar a lo Indurain, y recordemos por ejemplo el tirón popular incluso en España de Chiapucci. Del tiempo en que trabajé con este compañero recuerdo con cariño hacer balance de la temporada ciclista mientas comíamos o con el café, de recordar anécdotas. En mi caso venía de un distanciamiento con el ciclismo que muchos hemos experimentado, para mí la superposición del positivo de Heras, de Mayo, del de Astarloza, el del chuletón irundarra, el cementerio con el pirata, VDB y el Chava, y la sensación de pérdida de tiempo de los Tours de Armstrong, pues me alejó de este deporte. Tenía un seguimiento de la temporada ciclista muy “español”, el Tour y poco más. De esas charlas con él me reenganché, incluso más que en mi adolescencia chavista, herista y euskaltelista comprando Ciclismo a fondo. Esta tarde le he enviado un mail corto a mi compañero, el deceso de Poulidor me ha hecho pensar en esos momentos. En su respuesta se percibía la emoción y eso que no hay cosa más fría que un mail. Emoción porque Poulidor fue seguramente el detonante de una pasión vital en el momento oportuno, el final de la infancia y el inicio de la adolescencia. Para los que navegamos entre los treinta y los cuarenta lo que fue nuestro Indurain o quizás nuestro Chava.
Poulidor siempre llevó ese peso histórico de no haber ganado nunca el Tour, ni tan sólo llevar ni un mínimo día el maillot amarillo. Por eso una vez retirado no hizo más que vestirse de amarillo cuando iba a recepciones o villages étape del Tour. Visto desde fuera, sin pasión, daría la sensación de una exhibición circense del hombre que nunca ganó el Tour como una mujer barbuda o el superviviente de una erupción volcánica. Él se prestó voluntariamente a ese juego, a ese espectáculo. Iba por las ciudades medias de Francia, de esa Francia rural que aún ama el ciclismo, y en las librerías de los centros comerciales firmaba sus libros de fotografías, memorias y recuerdos con la camisa amarilla. En una de esas un compañero y amigo del trabajo se encontró a Poulidor firmando su libro Le Poulidor. Me compró un ejemplar dedicado, Pour Daniel, amitiés et souvenirs. Hoy he recuperado el libro de la estantería ciclista. El libro repasa sus días fatídicos, y aún cincuenta años después, usaba un tono perpetuo de “y si”, de hombre con los astros contra él. Injusto consigo mismo, porque su palmarés es digno de los grandes.
Quizás fue presentando ese libro suyo, un día Poulidor era entrevistado en la radio pública France Inter, en el programa L’œil du tigre, un programa de cultura deportiva, a las antípodas de la prensa deportiva clásica. Íbamos en el coche, bajábamos hacia casa por Navidad. No recuerdo el pasaje de la entrevista, pero sé que me emocioné como me pasa en las películas que destilan solidaridad y buenos sentimientos. Ese día me volví de Poulidor.
Hoy se fue Poulidor, el abuelo ciclista de todo un país, el culpable de que muchos se aficionaran a esto y que otros vengamos detrás. Nos queda su nieto Mathieu Van der Poel que dará que hablar, pero no lo veo resolviendo el maleficio amarillo.
Descanse en paz Raymond, descanse en el Olimpo de los grandes del ciclismo. Acéptenlo, ni que sea por su Vuelta que ganó.